Observación astronómica dentro y fuera del planeta: ¿Cómo conviven y se complementan los telescopios terrestres y satelitales?

Observatorio La Silla. Foto: ESO

La comunidad astronómica está preocupada. Aunque los nuevos telescopios espaciales lejos de competir complementan el trabajo en tierra, los satélites de Elon Musk están dificultando la observación.


Con los cielos más prístinos del planeta, ubicados en el norte del país, Chile es privilegiado. La astronomía vive un gran presente, tanto que la observación espacial que se desarrolla a diario en los principales centros de estudios internacionales (ESO, AURA, entre otros) han convertido a nuestro país en un foco astronómico y científico. Varios de los telescopios más importantes del mundo están en Chile.

Pero también están los grandes telescopios como James Webb, el telescopio espacial más poderoso jamás construido que algunos han llamado el “telescopio que se comió la astronomía” y que tras una inversión cercana a US$ 10.000 millones fue lanzdo en diciembre del año pasado.

¿Podrían estos observatorios espaciales reemplazar el trabajo de los telescopios terrestres?

El trabajo que realizan los observatorios en la Tierra, como el ubicado en La Silla, en el cerro Las Campanas, Alma o Mamalluca, es realizado en conjunto con los distintos satélites o telescopios que se encuentran en el espacio, explican los expertos. El problema de observación que hoy tiene la astronomía es otro y tiene un nombre, Starlink.

En el caso de los telescopios espaciales y terrestres, ambos se complementan para realizar una investigación en plenitud. Bajo ninguna circunstancia, los telescopios espaciales pueden reemplazar a los terrestres o viceversa. Rodrigo Herrera, académico del departamento de Astronomía de la Universidad de Concepción e investigador del Centro de Excelencias en Astrofísica y Tecnologías Afines (Cata), confirma que ambos tipos de telescopios son complementarios, “nos permiten obtener miradas del universo en distintas longitudes de onda, y por lo tanto, en distintas partes de una galaxia, estrella o planeta”.

Imagen de ALMA en el norte de Chile.

Juan Carlos Beamin, astrónomo Universidad Autónoma e investigador científico del Centro de la Comunicación de las Ciencias, concuerda. “Los telescopios espaciales son un complemento importante a lo que hacemos desde la Tierra, solo para comparar, el telescopio más grande enviado al espacio es el reciente James Webb, pero este tiene un espejo de solo 6.5 metros de diámetro, mientras que en Chile se construyen uno de 24.5 metros de diámetro (el telescopio Gigante de Magallanes) y el Telescopio extremadamente grande (ELT) de 39 metros de diámetro. La sensibilidad y la capacidad de ver objetos muy débiles es inmensamente superior al del James Webb y otros telescopios espaciales”.

Los telescopios espaciales cumplen su función ahí, “ya que nuestra atmósfera no es completamente transparente y hay longitudes de onda que les cuesta atravesar nuestra atmósfera o simplemente no pasan, mientras que en el caso de los terrestres, es mucho más fácil construir un telescopio acá, que enviar uno al espacio. Por ejemplo, podemos hacer uno como el que está en construcción (ELT), que tiene espejos de 30 a 40 metros. Poder hacer un telescopio espacial de esa magnitud es imposible, así que en ese sentido ofrece muchas ventajas tener uno desde la Tierra“, explica Herrera.

Por ejemplo, “el telescopio James Webb, con toda su potencia, será capaz de entregarnos la luz de las estrellas de las primeras galaxias, las que se forman a partir de nubes de gas molecular. Y el único telescopio que nos puede entregar información al respecto es ALMA, entonces los telescopios espaciales son altamente complementarios con los telescopios que tenemos acá en la Tierra, ambos son necesarios”, añade.

Herrera señala que en estos momentos, además del James Webb, existen otros telescopios espaciales en órbita. “Son bastantes, pero destacaría dos, el telescopio Hubble, que sigue funcionando y entregando grandes observaciones astronómicos, y un nuevo telescopio en rayos X, llamado eROSITA, que está haciendo un “sampleo” de todo el cielo y sus fuentes, justamente en rayos X”.

Imagen del lanzamiento del James Webb. (Photo by jody amiet / AFP)

Ambas tecnologías no solo puede convivir en paralelo, se necesitan en paralelo. “Es como cuando uno va al doctor y te piden exámenes de sangre, rayos X y resonancia. Esto es lo mismo, para entender cómo nacieron y evolucionaron las galaxias, necesitamos saber acerca de sus estrellas, de su gas, si es caliente o frío, y para tener todas estas miradas en conjunto, necesitamos una serie de telescopios, de rayos gamma, rayos X, infrarrojo, óptico y milimétrico. Todo el espectro, para poder estudiar todas las caras de una galaxia. Es como juntar las piezas de un rompecabezas, y cuando lo hacemos, podemos entender que las galaxias se forman y evolucionaron”, explica Herrera.

No porque pongamos telescopios espaciales súper potentes en órbita, “quiere decir que no necesitamos la observación desde la Tierra, esta es súper importante. Todos los telescopios, trabajan en equipo, para entregarnos una visión global y completa del universo a los astrónomos”, señala el astrónomo de la U. de Concepción.

Beamin establece que una comparación que puede ser útil, “es la medición de la luz y sonido, los telescopios terrestres serían como los oídos humanos, que solo captan cierto rango de frecuencia, pero hay sonidos muy graves, como el canto de las ballenas o sonidos muy agudos como el de los murciélagos que no somos capaces de detectar, para ello se necesitan instrumentos especiales. Algo así es con los telescopios espaciales, generalmente se optimizan para aprovechar las ventajas de que la luz no atraviese la atmósfera”.

Elon Musk y Starlink: Una solución para algunos, un dolor de cabeza para otros

Diferente es la situación con los satélites creados por el empresario sudafricano Elon Musk, llamados Starlink (responsabilidad de SpaceX, la compañía aeroespacial de Musk). Estos satélites no están hechos para observar el espacio, sirven para proveer de internet a las personas. Y justamente, esta tecnología debutó en Chile. Ya está operativo y cuenta con el visto bueno de la Subtel. A fines de 2021, contabilizaba 1.500 clientes.

Inicialmente se debía pagar una reserva de $92.600, para luego -una vez que el kit de autoinstalación estuviera disponible- cancelar $466.700 por el equipo, y $95.800 por los gastos de envío y gestión. Mensualmente, el servicio cuesta $92.600. Y el kit no se puede trasladar desde el domicilio inscrito en los registros. Su costo radica en la velocidad y capacidad que ofrece, el que en muchas oportunidades, hasta quintuplica al internet tradicional.

El éxito del servicio en Chile ha sido tal que existen grupos en torno al internet satelital. Uno de ellos, Starlink Chile en Facebook, ya suma 1.169 integrantes, cantidad que se ha duplicado en los últimos 15 días, y que amenaza con seguir creciendo.

A pesar de lo planteado, recientemente causó cierta polémica, debido a que se observó en los cielos nacionales un “tren” de satélites, correspondientes a la firma, lo que va en desmedro de la observación astronómica. Desde ese punto de vista, no es de gran ayuda esta nueva forma de generar internet.

La tecnología ofrecida por Elon Musk genera complicaciones en el mundo de la astronomía.

Para los astrónomos y la observación del cielo nocturno en Chile, lo ocurrido con los satélites de Elon Musk, es un problema, porque generalmente los objetos que nosotros estudiamos son bastantes débiles, y por lo tanto, los telescopios lo que tienen que hacer es sumar la luz de los objetos por largos períodos de tiempo. “Esto significa que cuando hay un tren de satélites muy cerca como los de Musk, al hacer una observación profunda del cielo, aparecen muy brillantes en estas imágenes, y son difíciles de poder ignorar o corregir, por lo que representan una amenaza”, considera Herrera.

El objetivo es que ambos puedan trabajar en paralelo, es por eso que el propio Musk prometió que los satélites serían menos luminosos, para evitar que afecten la observación espacial y para generar menos contaminación lumínica, lo que a la fecha aún no es tal.

Si este será el camino a seguir, tendremos que llegar a una especie de acuerdo o convenio, donde podamos proteger nuestros cielos y para que se pueda desarrollar la investigación científica, y de alguna manera, “desarrollar una tecnología para que estos satélites sean más opacos, o buscar alguna alternativa para que estos trenes de satélites, que tienen una misión muy importante, que es proveer de internet a zonas remotas, no terminen siendo un problema para la observación de los telescopios”, añade el investigador de Cata.

A esto se suman los problemas que tuvo con China, que presentó en Viena ante la ONU una queja contra SpaceX, por poner en peligro a la tripulación de su estación espacial. Según Pekín, el complejo orbital tuvo que hacer maniobras evasivas para evitar sendas colisiones con satélites Starlink.

Y según información emitida hoy, surgió otro inconveniente en el camino. La empresa informó que una tormenta geomagnética provocó la destrucción del 80% (40 de 49) de los satélites Starlink lanzados al espacios recientemente en febrero. A pesar de la mala noticia, Starlink sigue funcionando correctamente, ya que dispone de más de 2.000 ejemplares en órbita y planea lanzar 12.000 en los próximos años.

Por el momento la principal amenaza es el tiempo y las imágenes que se pierden durante las horas posteriores al atardecer y antes del amanecer, puesto que al ser objetos en órbita baja, durante la noche quedan ocultos o eclipsados por la Tierra. “Esto es un problema porque los grandes telescopios como el Vera Rubin, el cual pronto comenzará operaciones al interior de La Serena, tiene como objetivo entender más sobre la materia y la energía oscura, dos de las más grandes preguntas de la física y astronomía moderna, lo que podría perder parte de su poder debido a la contaminación que generan estos satélites en las imágenes”, explica Beamin.

Elon Musk es responsable de múltiples proyectos, tanto espaciales como de la industria automotriz, con automóviles eléctricos. REUTERS/Aly Song//File Photo

Beamin argumenta que muchos de los observatorios e instrumentación disponible en telescopios terrestres son únicas y casi imposible de replicar en el espacio. “Por esta razón es tan importante seguir protegiendo los cielos de la basura espacial y de constelaciones de satélites pues muchas de las preguntas abiertas de la astronomía se responderán gracias a observaciones hechas desde la Tierra, y en especial desde Chile”.

El astrónomo de la U. Autónoma añade que en la práctica el problema es que cuando un satélite se cruza en la imagen (o fotografía) que se toma del cielo, aparecen unas franjas brillantes que afectan las mediciones que se hacen de estrellas y galaxias, y hacen imposible medir con precisión los brillos y colores de las estrellas, un paso clave para entender y descubrir fenómenos astronómicos.

Considerando que Elon Musk ya trabaja con satélites para proveer con internet en la Tierra, además de múltiples y variadas misiones, como viajar a Marte, ¿podría sumarse a la observación astronómica? Herrera lo ve difícil, “en el sentido de que pareciera no ser parte de sus intereses principales, pero no imposible, ya que Musk siempre nos demuestra de que puede emprender cualquier proyecto que se ponga en su cabeza”.

“Creo que la tecnología que está desarrollando y los proyectos que está impulsando, pueden tener beneficios a la observación espacial en paralelo. En ese sentido, puede ser que en el futuro nos beneficiáramos de la tecnología que está desarrollando”, concluye Herrera.

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